lunes, 29 de marzo de 2010

De repente caen todas las cosas


De repente caen todas las cosas

cae el silbido puntiagudo,

caen los patos asados en la canícula del verano,
caen las montañas cuando cae la noche...
pero la noche se yergue,
se yergue infinita ante nuestros cuerpos.
caen las nubes en la agonía de la tarde
y pareciera que no se enterasen de su muerte
caen los brazos en esa guerra eterna que son los amores.
Caen los pies profundos en la tierra
cuando es el galopar angosto, triste y sereno el que avanza;

pero no caen los pies...
no se cuando no caen los pies
ya dije, de repente caen todas las cosas

caen nuevamente las nubes eternas como lluvia.
pero no como lluvia agua
si no como lluvia lluvia
y más lluvia de lluvia
cuando ven cerrarse los ojos de un anciano
o cuando ven cerrarse y caer las manos de una guagua

caen los apoteósicos edificios
con que han querido ilustrar nuestra realidad.
caen los pastos y las nubes,
caen los postes y las ramas,
caen vacas y caballos,
de repente caen todas las cosas.


No es tampoco que se caiga todo simultáneamente,
si no que cae todo de poco a poco
cayendo lo imposible
caen los caminos,
caen las piedras,
caen las blancas nieves y todos sus enanos
ruedan y ruedan al valle...
cae el valle también
pero cae al revés
cae hacia el cielo
y en ese reflejo eterno que son el firmamento,
las estrellas.
en ese reflejo eterno me voy cayendo yo
caigo con toda la baba filosófica,
caigo con todo lo que soy y lo que no,
caigo eternamente,
en este instante eterno.
de repente se caen todas las cosas
y yo me caigo con ellas.

también cae mi voz
cae mi voz con las ramas,
las vacas y los caballos
con los pies, con las manos
con los amores,
con el silbido y con los patos asados
cae con las espinas de cristo,
con los ideales de un dictador,
cae con la fruta ultra madura,
cae con la sombra de un eterno retorno,
con la espiga del trigo,
con la luz de los postes,
con el azar inminente del dado en el casino

silba a lo lejos un loco
y su silbido también cae,
cae con su locura
y yo caigo con ellos.

lunes, 1 de marzo de 2010

Agua


Hoy, Domingo, desperté asustado ante la posibilidad de llegar tarde a mi trabajo. Estaba en la ducha cuando logré asimilar la idea de un día libre... y la felicidad acudió a mi. el agua corrió por mi cuerpo como nunca. Las gotas que comenzaban su recorrido en mi frente caían silenciosamente por mi rostro, mis ojos, mis orejas. De mi frente a mis ojos, por mis líneas de expresión, llegando a la comisura de mis labios. Unas entraron, seducidas por el aliento de mi alma, su aliento a mañana. Otras, las más, siguieron su camino incitadas por un premio mayor. Bajaron hasta mi cuello y se detuvieron ahí un momento, bajo una fuerza extraña, esperando mi reacción, hasta que en un momento, sin que yo mediara en la decisión, mi cuerpo se estremeció dando una sacudida, haciendo rodar las pequeñas partículas por mi pecho y mi abdomen, sintiéndolas yo cada vez más presurosas y agitadas, cálidas, como envueltas en un vaho de excitación que a mi mismo me sorprendió en aquel líquido, en unas gotas de agua.
-Como vivas - me dije un poco asustado en el momento exacto en que las gotas retomaron el curso de su camino. A la altura de mi ombligo me asusté tanto de su asombrosa decisión, que yo mismo quise detener su travesía (muy a pesar del placer que me provocaba). Las miré y parecían sonreír con malicia, como picarescas, un poco burlonas y omnisapientes. Dueñas de una verdad que yo no alcanzaba. Sabían lo que haría, pero de todas formas lo ensayé. Tomé la esponja y con fuerza quise deshacer su lento caminar con la aspereza de mi arma, pero las muy pillas ya lo sabían, y mientras yo refregaba con furia en contra de mi abdomen, ellas, ocultas en mi ombligo, reían y reían, bailaban de la satisfacción de haberme burlado, y de seguir jugando conmigo.
Cuando por fin, seguro y confiado en mi victoria, tiré la esponja a un lado, salieron, corrieron, saltaron las gotas, dirigiéndose aceleradas por esa extraña fuerza, a su destino final.
Asustado, nuevamente intenté detenerlas, esta vez con mi mano, pero me esquivaban con la agilidad digna de un circo chino.
Avanzaban inquietantes, y yo seguía con temor y sin frutos, intentando detenerlas. Hasta que llegaron.
Se detuvieron, me contemplaron, rieron, y luego de un largo concierto de carcajadas, comenzaron a danzar.
Me recorrieron como nunca nadie antes lo había hecho. Encontraron en mi lugares que ni yo conocía, demasiado sensibles, demasiado ocultos, que me hicieron divagar en una dimensión extraña del placer, que ni la más experimentada de las cortesanas, con su viejo arte, habría logrado despertar.
De repente, y en un espasmo de felicidad acuosa y blanquecina, vuelvo a mi realidad, a mi mundo, a mi domingo libre, a darme cuenta donde estaba y que era eso extraño que me sucedía. Y en unos segundo las gotas siguieron su camino, como si fueran gotas normales, por mis piernas, mis rodillas, bajando suavemente hasta mis tobillos, donde, a modo de despedida, me sonrieron por última vez, para luego irse corriendo, presurosas, a través del agujero bajo mis pies.
Asombrado aún, miraba el agua salir de la ducha, pero ninguna se parecía ya a aquellas gotas sonrientes y picarescas, osadas antecedente de un placer desconocido.
Salí del baño sin secarme, sin vestirme. Salí al sol, me tendí en el suelo, y esperé, quizá en un cambio de estaciones, que las dichosas gotas, siguiendo su normal ciclo, volvieran a mi, esta vez en forma de lluvia.