lunes, 18 de octubre de 2010

Llego



Hay muchas cosas que no me gustan de las carreteras. El ruido, quizá, sea el más molesto. Ese portentosa arrogancia con que irrumpen en un espacio que no es suyo, ese lento vibrar del aire en el verano que no deja que los pies salgan ilesos. Pero hay cosas que si. Me gusta que sean eternas y que se acaben. Me gusta saber que luego de tanto camino mirando al cielo llegará un momento en el que los pies comiencen a tropezar con piedras, a llenarse de polvo; que comience la lluvia y que el caminar se haga más lento para no tropezar, pero más rápido para no mojarse. Que se oscurezcan los árboles y sus brazos saluden alicaídos por el viento y el agua...que de a poco de sus ramas caigan los aromas del eucalipto, la araucaria y el alamo; que su esencia sea tran profunda que pese sobre los ojos y en el sueño me acurruque bajo su alero.

martes, 3 de agosto de 2010

Natre

El sabor del natre, amargo, a menudo lo dejo bien guardado.
Ni viperina es mi lengua, ni tan cansados están mis ojos
como para no soportar el veneno del mal recuerdo
o el veneno de verte como otro

¡Cuánto han cambiado las cosas desde que el mar decidió
dejar de romper las olas!

jueves, 22 de abril de 2010

Entonces...



Cuando el sol se canse de ser sol
Y las lunas de ser un leve temblor
...

Labra Lege.


lunes, 19 de abril de 2010

Carmín

No se si te escribo porque eres una buena excusa para sacarme de adentro, o si realmente lo que tengo que sacarme de adentro es eso que tengo tan lejos que tengo que escribirle a menudo, como si fuera un ente ficticio que no existe más que en mi surreal inventiva o como un pájaro afuera, que canta y canta, y que me cuesta tanto encontrar su rojo pecho entre el ramaje verde-verde. 

No sé si te escribo porque tengo la leve esperanza de que algún día lejano, como en una historia de libro viejo, pasito a pasito nos demos cuenta de que las cosas que hicimos fueron buenas, y que esto será un buen recuerdo de la incertidumbre, como la lluvia que moja de sopetón y que no evitas porque es como un, no sé, como un mambo de miles de seres así bien pequeños que bailan en ti, y que te han vuelto a la vida. Un recuerdo así. Como en blanco y negro y a contraluz.
Digo "cosas que fueron buenas" pero no me refiero a un concepto moral como tal, o algo digno de gente ilustrada. No soy tan así.
Con bueno me refiero simplemente, y aunque nadie comparta la definición, a que viene de golpe a la memoria y te saca un sonrisa; ya sea por la ridiculez del acto, por la belleza del intento, por el absurdo de las vergüenzas, por el rojo de las miradas, por lo transparente de los miedos, por lo triste de las despedidas, por lo transitorio y a la vez tan eterno del amor. Lo dije alguna vez en otro escrito sin sentido: ese lugar al que llegábamos, esa diezmildimensión que compartíamos sin darnos cuenta.

No se si te escribo por dar cabida a una oportunidad que en silencio espero pa` terminar de decir tantas cosas que se quedaron guardadas en el tintero, ahí con tinta sepia, o si te escribo porque estoy mirando el cielito de mi pieza, como dice congreso,  comienzo a viajar en ese espacio infinito, a creerme estrella y volando bajo llego a los ideales, que palabra tan rebuscada, pero aun no encuentro una mejor para eso que quiero decir. Y bueno, llego ahí, a eso que creo que es lo que más nos une, porque sé que sin saberlo tenemos un pasado muy similar, no en hechos, si no en conclusiones, lo que nos lleva a desear las mismas cosas para el mundo y el universo. Quizá no iguales, pero demasiado en el mismo camino como para hacerse los tontos.

No sé si te escribo, no sé si te escribo. Porque no sé si estoy despierto, Carmencha, no sé nada.
Carmencita, Carmencha, carajo, nenita, Carmela, carmelita mía, no sé si te escribo porque espero de alguna forma encontrarte en un lugar que no sea este que tiene demasiado tres lados y a veces cuatro como para poder albergar tu presencia onírica, o Carmelita por dios, si te escribo para irme contigo.
 
Quiero tu rojo pecho entre el ramaje verde-verde-veleidoso, carmín pecho veleidoso verde-verde-azuloso, no de frío, de distancia. 
 

lunes, 29 de marzo de 2010

De repente caen todas las cosas


De repente caen todas las cosas

cae el silbido puntiagudo,

caen los patos asados en la canícula del verano,
caen las montañas cuando cae la noche...
pero la noche se yergue,
se yergue infinita ante nuestros cuerpos.
caen las nubes en la agonía de la tarde
y pareciera que no se enterasen de su muerte
caen los brazos en esa guerra eterna que son los amores.
Caen los pies profundos en la tierra
cuando es el galopar angosto, triste y sereno el que avanza;

pero no caen los pies...
no se cuando no caen los pies
ya dije, de repente caen todas las cosas

caen nuevamente las nubes eternas como lluvia.
pero no como lluvia agua
si no como lluvia lluvia
y más lluvia de lluvia
cuando ven cerrarse los ojos de un anciano
o cuando ven cerrarse y caer las manos de una guagua

caen los apoteósicos edificios
con que han querido ilustrar nuestra realidad.
caen los pastos y las nubes,
caen los postes y las ramas,
caen vacas y caballos,
de repente caen todas las cosas.


No es tampoco que se caiga todo simultáneamente,
si no que cae todo de poco a poco
cayendo lo imposible
caen los caminos,
caen las piedras,
caen las blancas nieves y todos sus enanos
ruedan y ruedan al valle...
cae el valle también
pero cae al revés
cae hacia el cielo
y en ese reflejo eterno que son el firmamento,
las estrellas.
en ese reflejo eterno me voy cayendo yo
caigo con toda la baba filosófica,
caigo con todo lo que soy y lo que no,
caigo eternamente,
en este instante eterno.
de repente se caen todas las cosas
y yo me caigo con ellas.

también cae mi voz
cae mi voz con las ramas,
las vacas y los caballos
con los pies, con las manos
con los amores,
con el silbido y con los patos asados
cae con las espinas de cristo,
con los ideales de un dictador,
cae con la fruta ultra madura,
cae con la sombra de un eterno retorno,
con la espiga del trigo,
con la luz de los postes,
con el azar inminente del dado en el casino

silba a lo lejos un loco
y su silbido también cae,
cae con su locura
y yo caigo con ellos.

lunes, 1 de marzo de 2010

Agua


Hoy, Domingo, desperté asustado ante la posibilidad de llegar tarde a mi trabajo. Estaba en la ducha cuando logré asimilar la idea de un día libre... y la felicidad acudió a mi. el agua corrió por mi cuerpo como nunca. Las gotas que comenzaban su recorrido en mi frente caían silenciosamente por mi rostro, mis ojos, mis orejas. De mi frente a mis ojos, por mis líneas de expresión, llegando a la comisura de mis labios. Unas entraron, seducidas por el aliento de mi alma, su aliento a mañana. Otras, las más, siguieron su camino incitadas por un premio mayor. Bajaron hasta mi cuello y se detuvieron ahí un momento, bajo una fuerza extraña, esperando mi reacción, hasta que en un momento, sin que yo mediara en la decisión, mi cuerpo se estremeció dando una sacudida, haciendo rodar las pequeñas partículas por mi pecho y mi abdomen, sintiéndolas yo cada vez más presurosas y agitadas, cálidas, como envueltas en un vaho de excitación que a mi mismo me sorprendió en aquel líquido, en unas gotas de agua.
-Como vivas - me dije un poco asustado en el momento exacto en que las gotas retomaron el curso de su camino. A la altura de mi ombligo me asusté tanto de su asombrosa decisión, que yo mismo quise detener su travesía (muy a pesar del placer que me provocaba). Las miré y parecían sonreír con malicia, como picarescas, un poco burlonas y omnisapientes. Dueñas de una verdad que yo no alcanzaba. Sabían lo que haría, pero de todas formas lo ensayé. Tomé la esponja y con fuerza quise deshacer su lento caminar con la aspereza de mi arma, pero las muy pillas ya lo sabían, y mientras yo refregaba con furia en contra de mi abdomen, ellas, ocultas en mi ombligo, reían y reían, bailaban de la satisfacción de haberme burlado, y de seguir jugando conmigo.
Cuando por fin, seguro y confiado en mi victoria, tiré la esponja a un lado, salieron, corrieron, saltaron las gotas, dirigiéndose aceleradas por esa extraña fuerza, a su destino final.
Asustado, nuevamente intenté detenerlas, esta vez con mi mano, pero me esquivaban con la agilidad digna de un circo chino.
Avanzaban inquietantes, y yo seguía con temor y sin frutos, intentando detenerlas. Hasta que llegaron.
Se detuvieron, me contemplaron, rieron, y luego de un largo concierto de carcajadas, comenzaron a danzar.
Me recorrieron como nunca nadie antes lo había hecho. Encontraron en mi lugares que ni yo conocía, demasiado sensibles, demasiado ocultos, que me hicieron divagar en una dimensión extraña del placer, que ni la más experimentada de las cortesanas, con su viejo arte, habría logrado despertar.
De repente, y en un espasmo de felicidad acuosa y blanquecina, vuelvo a mi realidad, a mi mundo, a mi domingo libre, a darme cuenta donde estaba y que era eso extraño que me sucedía. Y en unos segundo las gotas siguieron su camino, como si fueran gotas normales, por mis piernas, mis rodillas, bajando suavemente hasta mis tobillos, donde, a modo de despedida, me sonrieron por última vez, para luego irse corriendo, presurosas, a través del agujero bajo mis pies.
Asombrado aún, miraba el agua salir de la ducha, pero ninguna se parecía ya a aquellas gotas sonrientes y picarescas, osadas antecedente de un placer desconocido.
Salí del baño sin secarme, sin vestirme. Salí al sol, me tendí en el suelo, y esperé, quizá en un cambio de estaciones, que las dichosas gotas, siguiendo su normal ciclo, volvieran a mi, esta vez en forma de lluvia.