jueves, 16 de julio de 2009

Autorretrato

No podía creerlo. Había visto un hombre exactamente igual a él en mitad de la calle y nadie más se había dado cuenta del horroroso parecido. En el instante en que puso los pies en la berma abandonó en la acera la capacidad de caminar tranquilo, para siempre.
Al momento de cruzar la calle, observando como siempre el monito verde que le hacía señas para que avanzara, trastabilló en su primer paso descendente, lo que le hizo bajar la mirada a sus pies, fijarse en sus zapatos siempre bien lustrados, para luego levantar la vista, dar un rápido y breve vistazo a su alrededor y verificar que nadie hubiese retenido su tropiezo en una carcajada sádica y burlesca. Por suerte para su cuidado honor virgen nadie prestó atención, así que siguió.

Fijó su vista al frente para seguir su camino y sucumbió para siempre en la locura.

Ante sí encontró aquel ser que por las mañanas le enfrentaba mientras se lavaba y que luego asentía y aprobaba la intachable limpieza de sus pequeños dientes.
Le quedó mirando perplejo en mitad de la calle, sintiendo la eternidad en sus miembros inmóviles, mientras las míseras milésimas de segundo le daban vuelta la cabeza y el curso de la vida.
El otro, el desconocido intruso apenas le vio, lo miró de frente, lo midió, lo pesó. Vio sus ojos de ciervo asustado, su pequeña nariz aleteando agitada por la sorpresa, la boca cerrada hermética, con angustia. Vio aquel hombre que después de un tropiezo levantó la vista y asustado le quedó mirando a la cara, perplejo, como exigiendo una explicación para la que no había tiempo. El otro simplemente le sonrió.

El uno, ciervo asustado frente al tigre del ego herido, a duras penas logró cruzar la calle, como si ya no hubiera más mundo que el del hombre y él. Ése hombre y él.

Ya más seguro en la vereda, buscó en sus bolsillos algún espejo, desesperado, aún sabiendo que ni por casualidad tendría uno.
Caminaba casi trotando, completamente abatido buscaba en las vitrinas su reflejo, "ése hombre", su perdición.
Pero no le encontraba. O había mucha sombra, o el sol le cegaba, o simplemente su irritado accionar le impedía ver su figura reflejada en los cristales.
Mientras corría buscando sin rumbo, recordaba asustado el rostro del otro, su propio rostro.
Sus ojos como pepas de uva, demasiado expresivos.
Su nariz. Pequeña, respingada, como si siempre olfateara algo que está muy lejos.
Su boca, esa boca perfecta. acompañada y sostenida por una almohadilla de vellos castaños. Barba de jovencito, mas sin la compañía del bigote.

- "No me lo dejaré hasta que no me salga como a un hombre"- dijo alguna vez. Ahora ya no se acordaba de eso. Estaba ocupado buscándole, buscándose.

Al fin encontró un baño público, que a pesar de su nombre, cobraba a los hombres agitados por la casualidad. Buscó desesperado unas monedas en los bolsillos, que se escondían a toda costa para evitar la tragedia. Al cabo, y contra su voluntad, las monedas fueron entregadas a unas manos cubiertas por un guante.
Corrió presuroso por el pasillo de blancos azulejos, completamente blancos. Llegó a un salón más amplio, buscó con la mirada, y al fondo de la habitación vislumbró su ansiado reflejo.

Se acercó. Se midió. Se pesó.

Se miró a los ojos, vio el vacío que de sí reflejaba y perdió la cordura por completo. Su reflejo había comenzado a transformarse y ahora reía, reía a carcajadas estruendosas y a la vez lloraba, lloraba de dolor.
Comenzó a correr desesperado dentro del salón. Entró a un cubículo, y en la transparencia vio nuevamente su reflejo, que ésta vez extrañamente tenía una expresión distinta, que de cierta forma lo tranquilizó y le hizo recordar el encuentro.

El otro observó al uno sin mayor temor. Un poco sorprendido por el azar genético y geográfico que le había llevado a tan extraordinaria situación, mas no le dio mayor importancia.

- "Debe ser el tiempo no-lineal y las vidas paralelas que me están jugando una mala pasada" -pensó. Y siguió su camino. Iba un poco tarde al trabajo porque se había quedado jugando con la perra de la vecina .
Nunca más se acordó de aquel incidente.

El uno, arrodillado, miraba su reflejo en el agua que denotaba en su extraña y ambivalente expresión, que su felicidad ya no estaba en la risa, ni su tristeza en el llanto. Miró con tanta fuerza sus propios ojos, que comprendió el despotismo de la raza humana y halló la solución. Miró y comprendió que lo que veía en sí, ahora, nadie más lo haría jamás.

Se acercó y se besó a sí mismo. Se acercó tanto, que sus respiraciones se hicieron una, lejos de ese lugar.

2 comentarios:

Latorre dijo...

tal vez por vergüenza o timidez (aunque se parezcan) no me había atrevido a decirte gracias con letras, acá en este rincón que no existe en lo real pero que se logra hacer espacio dentro de la realidad como pancartas colgando de los balcones, o lienzos de papel craft que incitan a la revolución.
eso
Revolución, tienes para hacer varias con las letras que se mezclan acá, mientras se transforman en sonidos sipo, si no nopo.
un saludo
adiors

Nano dijo...

me gusto mucho la forma en que escribes fabi, es muuuuy particular esa forma de expresar lo que le dejas a la imaginación cuando la dejas volar lejos, muy lejos de este mundo extraño..
donde sin duda alguna el uno y el otro se encuentran a diario, pero no se reconocen porque estan en cuerpos cambiados.
un abrazo hemiolita, te felicito =)
sigue escribiendo hasta la muerrrrte :)
bye!