miércoles, 6 de mayo de 2009

Bolsas con nueces

Una caja con bolsitas re-llenas de nueces. Nueces, almendras, pasas y algo que parecía maní. No sé porqué, en ellas, las nueces, había un olor a jazmín. Me recorrió el cuerpo un tibio temblor de inquietud. Busqué unas monedas en mis bolsillos mientras con un poco de perturbación penosa dije:

-¿Cuánto cuestan las nueces?

- …cien pesos…- me respondió y la tristeza más profunda de sus palabras, que reflejaban el esfuerzo infructuoso de toda una vida, me traspasó hasta la membrana más gruesa y profunda de lo más escondido de mi corazón.

Le pasé la moneda y esperé un poco a ver si me pasaba la bolsita. Después de unos breves segundos y sin levantar la vista sacudió un poco la caja. Asumí que debía tomarla yo, agarré la primera que vi, y le agradecí muy sinceramente.

Me quedé mirándolo un largo rato. Era de esos viejitos que parecen haber sobrevivido a las penurias del universo en una corta vida (como es la de los humanos), pero que aún así continúan, hasta las últimas. No era para nada un vagabundo. Parecía de esos padres de familia pobre que hacen de todo por sus hijos. Vestía pantalones de tela café, una camisa color salmón con delgadísimas líneas blancas, un sombrero de ala corta gastado por el inminente paso de los años y una chaqueta, del mismo color del pantalón, que llevaba en el brazo mismo que llevaba la caja de cartón.

Me hizo recordar al viejo coronel de García Márquez…

No dejaba de pensar en él. En su brazo que tiritaba, probablemente por tener la caja levantada. En el sombrero que escondía su rostro. En aquella casa que supongo intentaba sustentar con sus frutos secos. Aquella en que le costaría tanto abrir la puerta por la vergüenza de no haber vendido todas las bolsitas (pues sí que debe ser difícil venderlas). La impotencia que debe sentir de ya no tener fuerzas.

El paradero estaba lleno, pero nadie compraba. Se paró del asiento que ocupaba, se arregló un poco el sombrero, dio media vuelta y se fue. Me estremecí un poco. Quería hablarle, pero mi timidez y esa cosa extraña que me provocan algunas personas no me dejaba. Yo no quería que se fuera, quería saber de él. Quería comprarle todas las bolsas, pero no tenía plata. Quería que me dijera que estaba orgulloso de sus hijos, quería que me dijera que amaba a su esposa… quería que todo que aquello que yo me había imaginado, fuera sólo eso, simple imaginación. Mas no sé porqué, sentía la triste certeza de que todo era verdad.

Me adelanté unos pasos para seguirle con la mirada aunque fuera. Sus pasos eran cortos y lentos, pero avanzaba seguro. Yo lo veía tan frágil, un poco sin rumbo, en medio de tanta gente… cada uno en su mundo.

Me pareció escuchar que gritaban F12, así que me distraje un poco para mirar si venía la micro…pensaba seguirle, pero mi decisión fue tardía, el señor ya no estaba. Caminaba más rápido de lo que yo creía. Y se me había escapado. Ahora lo único que tengo es una pequeña bolsa con nueces y un leve olor a jazmín que se va con el aire, como la vida.

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